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El Cerebro Corrupto
- 20 septiembre, 2018
- Publicado por: Matías Bertone
- Categoría: Neurociencia Cognitiva Forense

por Matías S. Bertone
¿Qué nos dice la neurociencia cognitiva sobre la corrupción? ¿Es posible detectar a un corrupto antes de que cometa los actos ilícitos? ¿Corrupto se nace o se hace? ¿Es verdad que la ocasión hace al ladrón? ¿El poder convierte a las personas en corruptos o ya lo eran y solamente necesitaban la oportunidad para hacerlo?
Hay tantas preguntas que nos hacemos estos días pensado en qué podemos hacer para cambiar la realidad.
La neurociencia cognitiva tiene muchas respuestas a esas preguntas. Conocer el funcionamiento cerebral para la toma de decisiones, pero específicamente sobre razonamiento moral nos ayuda a comprender como nace y se desarrolla este cerebro corrupto.
Nuestro sistema de toma de decisiones involucra distintas regiones cerebrales a modo de neurocircuito. Estructuras que procesan información emocional como las amígdalas cerebrales, núcleo accumbens, hipotálamo y polos temporales proyectan mensajes excitatorios o inhibitorios a regiones frontales del cerebro en la cual sopesamos este estimulo afectivo con información más racional y cognitiva.
Tendemos a tomar decisiones vinculadas a cuestiones emocionales. Nos acercamos a lo placentero y tratamos de evitar el displacer, el castigo. La velocidad de procesamiento emocional es mayor que la racional, por eso prestigiosos autores como Antonio Damasio en su libro “el error de Descartes” postulan hace varios años que tendemos a tomar decisiones emocionales por sobre las racionales.
Las diferencias individuales surgen de lo que cada uno de nosotros considera “placentero” o “displacentero”, ahí radica la subjetividad. Esta diferenciación individual se construye -como todo en nuestro cerebro- por la interacción entre nuestros genes y el ambiente.
La forma en la que nos transmiten ciertos valores, relacionados a diversas conductas o acciones, imprime en nuestros cerebros rutas emocionales-cognitivas que generan estados afectivos placenteros o displacenteros.
Si al realizar alguna acción incorrecta durante la infancia, los padres o cuidadores tienen una reacción emocional negativa (enojo, vergüenza, desilusión) en el cerebro de ese niño se genera un link entre la acción y la emoción resultante, que tendrá en mismo signo afectivo negativo que el de sus padres.
Esto sucede porque desde nuestro nacimiento, sistemas de neuronas, llamadas neuronas espejo, reproducen en nosotros los estados afectivos de las otras personas, formando así las bases neurocognitivas de la empatía.
Cuando las acciones, en forma sistemática y persistente se vinculan a ciertos estados afectivos, nuestros cerebros construyen un sistema de valores que nos acompañará el resto de nuestras vidas, aún, cuando nuestros padres ya no estén físicamente presentes. Esta diferencia es fundamental, para no confundir la construcción de valores con un mero acto de condicionamiento como los que practicaba Pavlov en sus experimentos, ya que en esos casos, al desvincular una acción de una respuesta, el primer estimulo se extinguía, desaparecía.
Podemos saber en nuestra experiencia propia que la honestidad, el compañerismo, el respeto a la mujer, el pensamiento ecológico y cualquier otro valor que se construye en la infancia no será fácilmente modificado por el paso del tiempo o la falta de guía o refuerzo de quien lo generó.
Ahora bien, sabemos que nuestros cerebros deciden en base a información emocional que coteja con otra de tipo cognitiva y que nuestra tendencia es en búsqueda del placer, aunque este pueda ser diferente para cada uno de nosotros ¿entonces qué es lo que sucede con las personas que terminan involucradas en hechos de corrupción?
Un acto de corrupción es un delito y como todo delito conlleva un riesgo. En las personas que se involucran en hechos de corrupción suceden varios fenómenos en simultaneo.
Presentan en términos generales buen funcionamiento ejecutivo. Esto quiere decir que su capacidad para planificar y organizar la información es adecuada. Es por ello que son capaces de generar mecanismos complejos y sofisticados para robar. Tienen buena capacidad de inhibición y autorregulación en otros aspectos de su vida que no se vinculen a ese hecho o estafa, ya que, como se mencionó anteriormente, las regiones frontales del cerebro relacionadas a la inhibición funcionan bien.
Las alteraciones se evidencian en la forma en la que se conecta su mundo emocional con el área más racional del cerebro, con la cual analizamos la toma de decisiones.
Las neuronas se comunican a través de “bracitos” llamados dendritas y axones -también puede haber comunicación con el soma neural- a través de mensajes electro químicos. Esos bracitos generan rutas llamadas fascículos. El fascículo uncinado es la ruta que conecta el mundo afectivo con la parte de la corteza cerebral con la que decidimos. Al parecer “los ladrones de guante blanco” reciben menos información afectiva (como el miedo, la culpa, vergüenza, etc.) a la hora de tomar decisiones, por lo cual son más proclives a involucrarse en situaciones de riesgo.
También muestran una reducida capacidad de emoción empática. La empatía es una compleja función neurocognitiva con la cual podemos percibir lo que siente el otro (cognición empática) y sentir, reproducir en nosotros mismos, lo que siente el otro (emoción empática). Este tipo de sujetos, pueden percibir las emociones de los demás, es más, son muy hábiles, es por ello que llegan a construir grandes carreras políticas o alcanzar altos cargos en multinacionales, pudiendo ser muy manipuladores y “simpáticos”. En lo que sí han demostrado deficiencias significativas es en poder sentir lo que provocan en el otro, esto les permite por ejemplo, cobrar coimas en una obra, aún sabiendo que eso puede afectar el desarrollo y/o bienestar de una población vulnerable sin sentir remordimiento.
El interjuego genes/ambiente va creando en nosotros un desarrollo de la moralidad que evoluciona en estadios. De niños presentamos respuestas morales egoístas (lo hago porque quiero), luego condicionadas (lo hago por el premio o para evitar el castigo), luego convencionales (hay que hacerlo porque lo dice la ley), y por último posconvencionales (lo hago porque creo que eso es lo correcto).
La falta de emoción empática y una carente formación en valores, puede hacer que una persona considere correcto robar dinero del estado por su intención de ser rico o poderoso (estadio egoísta) o para disfrutar del “premio” vinculado al dinero y el poder (otro estadio preconvencional y moralmente inmaduro).
Finalmente, otro factor fundamental que afecta directamente al procesamiento del cerebro a la hora de tomar decisiones éticas o morales es el control externo.
El prestigioso investigador Dan Ariely realizó un conjunto de estudios en los cuales demostró que independientemente de los factores sociodemográficos, las personas podían ser honestas o deshonestas dependiendo del control que se ejerce sobre ellos.
El autor le pedía a una serie de estudiantes universitarios -de las universidades más costosas de los EE.UU.- que completen unas pruebas y luego de ello, les pagaba 10 dólares por cada respuesta correcta. Finalmente, sin haber visto las respuestas de los estudiantes colocaban las pruebas en un triturador de papel, que en desconocimiento de los participantes, solo destrozaba los bordes de la hoja, exponiendo posteriormente todas las respuestas de la prueba a los investigadores. Así Ariely y su equipo pudieron demostrar que la falta de controles provoca un aumento considerable en la deshonestidad de las personas, independientemente de sus características económicas o su lugar de residencia.
Tanto las funciones neurocognitivas vinculadas a la evaluación de la empatía cognitiva o emocional, como para la valoración del razonamiento moral pueden ser evaluados de manera científica y objetiva con pruebas que exploran los mecanismos cerebrales que intervienen en esas funciones y aunque parezca complejo o costoso, en realidad se utilizan protocolos que en manos de expertos resultan sencillos en su aplicación y de bajo costo.
Entender el cerebro puede ayudarnos a generar nuevas herramientas para mejorar nuestra calidad de vida, en este caso particular, para poder evitar que el dinero de nuestros impuestos termine siendo mal utilizado. Ese es el destino de la neurociencia cognitiva, ayudarnos a vivir mejor, mejorar la enseñanza en las escuelas, generar mejores psicoterapias, hacer que las personas trabajen mejor, pero también más felices en las organizaciones o permitirnos comprender el cerebro de quienes cometen delitos (desde corrupción o estafas, hasta crímenes violentos) para poder vivir en una sociedad más segura y más justa.
Autor:Matías Bertone
